Hago caso a la voz de mi conciencia, es la única a la que no puedo acallar.Procuro ser como soy —conducirme por la vida de otro modo es un suicido lento— y escuchar la opinión de la gente que se ha ganado mi respeto, aunque no comparta su criterio: la otra solo emite ruido.
Con el tiempo, voy aprendiendo que es imposible contentar a todo el mundo sin acabar defraudándolos y asumiendo que, inevitablemente, alguna vez fallaré a la gente que quiero. No es maldad, es solo imperfección.
Conforme envejezco, soy más consciente de que todo es muy complicado —bendita juventud que cree que en la simpleza del blanco y el negro sin matices— y de que mi capacidad de modificarlo es muy limitada, pero no por ello dejo de intentarlo.
El privilegio de vivir tiene su coste y yo estoy dispuesta a pagarlo.
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