Cada mañana, presurosa y feliz, ascendía por esas escaleras, encajonadas entre níveos muros, que me conducían hacia ti. Ansiando recorrer, de lunar en lunar, la geografía precisa de tu espalda, hundirme en la mar de tus ojos turquesa, destrozar el reloj a golpe de beso a ritmo de gemidos a fuerza de vida. Fueron tiempos de locura, tiempos sin tiempo, tiempos apenas recordados por el latido incesante de mi vientre y el temblor porfiado de mis piernas, que aún hoy me urgen a buscarte al final de la escalera tantos años después
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