¿Qué tienen en común un ranchero que se ve impelido a huir de su tierra en Australia a causa de la sequía con un inmigrante ecuatoriano cuya vida se quebró por culpa de un desgraciado accidente? ¿O una auditora cuyos escrúpulos le impiden falsear las cuentas de una multinacional con un oficinista cuya vida gris y previsible se ve alterada por la adquisición de un callicida con el que establece una relación casi erótica? ¿O una víctima de violencia de género que lucha contra el temor de volver a ver a su agresor, pero que se siente obligada a ayudarle aún a riesgo de su vida, con una mujer ucraniana, superviviente del desastre de Chernobyl, que desea ser madre, pero que teme las consecuencias que ese accidente pueda tener en su bebé? ¿O una hija y una madre, vencidas de la guerra civil española, sobre las que sigue pesando el no haber encontrado aún los restos del padre con un yonki que urde un plan para desvalijar la casa de una anciana para poder devolver el dinero que le debe a su camello? ¿O una enana, convertida en mujer bala, con un hombre condenado por violación en cuya inocencia solo cree la hija de los dueños del chalet donde trabajaba como jardinero? ¿O una enferma de cáncer ávida de vivir sin límites la experiencia de su último viaje a Nueva York con un médico de un CIE que se debate entre el deber y su conciencia? ¿Y todos ellos con Eva, la primera mujer? Tal vez nada o, tal vez, todo. Un todo que se relaciona directamente con ese supuesto ‘pecado original’ que nos hizo libres, aun a riesgo de sufrir.