Lola, una mujer controladora, perfeccionista y autoexigente, ha vivido siempre marcada por la personalidad de su madre, una mujer hedonista y transgresora que, durante más de dos décadas, mantuvo una relación sentimental con Iñigo, un hombre al que Lola siempre percibió como un rival y una amenaza para su felicidad.
Recién separada de Ernesto, su pareja, un hombre muy marcado por la culpa que le provoca haber dejado a su ex-mujer y su hija al enamorarse de Lola e incapaz de disfrutar de su relación con ésta, y hastiada de su trabajo como gestora de morosidad en una entidad bancaria, un día recibe la noticia del suicidio de Samuel, un cliente cuyo desahucio ella ordenó. En ese momento, su vida se colapsa.
Incapaz de soportar tanto estropicio, y deseosa de romper con todo, emprende un viaje a Lisboa, su ciudad talismán. El lugar donde un día prometió sacudirse el sentido trágico de la vida que heredó de su familia. De eso hacía ya más de quince años. A esas alturas aún seguía luchando contra él, con la nada halagüeña sensación de no haberme apuntado ninguna victoria significativa… A través de la gente que encuentra en este viaje, y especialmente de su prima Sara, a la que recuperará después de una larga separación, su percepción de la existencia y de las mujeres que la precedieron, cuyas energías aún permanecen pegadas a su piel, cambiará para siempre.
«El nombre de Lola siempre me ha parecido potente, redondo, asertivo. Puede que sea casualidad, pero todas las Lolas que he conocido a lo largo de mi vida han sido y son mujeres fuertes y rotundas, de las de pisada firme, de las de abrir camino en medio de la espesura de la dificultad, de las de contagiar dinamismo y ganas. Por eso, tras el intenso proceso de transformación que experimentó la protagonista a lo largo de la novela, Lucía, que así se llamaba cuando esto empezó, acabó llamándose Lola. No podía ser de otra manera…» (La autora).
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