Javier es homosexual y vive en Australia con Neil, su pareja. Acaba de ser padre de dos preciosos gemelos. Es un tipo extrovertido, gracioso e impulsivo cuya vida, en absoluto convencional, fascina a Lola desde el primer momento: ejerció de teleoperador en una línea erótica, se convirtió al budismo años atrás, ejerce de masajista ayurvédico… Consciente del deslumbramiento que provoca en ella, el propio Javier le advertirá: Yo no soy como crees. A un paso de los cincuenta, sigo siendo un mar de contradicciones. No he tenido una vida fácil, aunque he de reconocer que me la he complicado más de la cuenta. Empecé a conocer la paz cuando conocí a Neil. A pesar de ello, sigo viviendo en permanente desequilibrio.
Su encuentro casual en la Pastelaria de Belem en Lisboa propicia una íntima conexión entre ambos que hará germinar en Lola la semilla de la duda: …después de conocer la vida de Javier y Neil, la mía me resultó vulgar y aburridísima. Tanto, que llegó a dolerme. A partir de ese momento, Lola será consciente de la inaplazable necesidad de sentir que empieza a bullir en su interior.
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