Hay libros que olvido en el tiempo que me lleva colocarlos en la estantería; libros que me aburren o no me aportan nada y que dejo a medio leer —antes no solía hacerlo, pero ya sí. Otros, la mayoría, me enriquecen, me enseñan, me interpelan, me hacen pensar… Y hay una categoría de elegidos que pasan a formar parte de mis esenciales. El verano que mi madre tuvo los ojos verdes es uno de estos.
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