Hace unos días, escribía en mi Facebook que empezaba a percibir síntomas de una depresión colectiva muy preocupante. Una depresión provocada por la pandemia y agravada por la falta de credibilidad de la clase política que no para de dar bandazos, endiñarse codazos anteponiendo sus intereses de partido a los de la ciudadanía o, sencillamente, de estar a verlas venir mientras se encomiendan a según qué santo o a la suerte en función de las propias creencias.
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